En defensa de La crisis latente del darwinismo
Maurício Abdalla
Réplica a José Luis Pozo
Imagen: Evolución paralela en placentarios y marsupiales. A partir de pequeños mamíferos insectívoros, evolucionaron formas análogas y similares en continentes completamente separados durante millones de años
La revista El Catoblepas (nº 113:12, Julio de 2011) publica un artículo de José Luis Pozo Fajarnés que pretende «polemizar» con mi libro La crisis latente del darwinismo (Abdalla, 2010) «y sacar así a la luz la vacuidad de sus planteamientos».{1} Comencé a leer el texto con gran interés, pues uno de mis propósitos explícitos era justamente comenzar un debate que juzgaba provechoso y, para ello, precisaría conocer posiciones divergentes que considerasen, polemizasen y, eventualmente, contradijesen el contenido investigado y expuesto en mi libro.
Sin embargo, a medida que avanzaba en la lectura, mi interés fue cediendo espacio al desconcierto y, luego, a la decepción. Me pareció que el análisis crítico había sido hecho por alguien que no se tomó el trabajo de leer el libro con atención y que tenía como objetivo previo negarlo en bloque, desconsiderando el contenido, inventando argumentos que no utilicé, criticando ideas que no presenté y cuestionando cosas que están respondidas de forma explícita en el propio libro. O sea, Pozo se dedicó a rechazar el libro, antes que a debatirlo.
No gustar de un libro o leerlo mal es un derecho que cabe a cualquier lector y no tengo nada que ver con las opciones o capacidad de interpretación de cada uno. Pero en el momento en que el gusto personal o la mala lectura se tornan públicos, como si expresasen una valoración racional y honesta del libro, estoy obligado a intervenir, para que otros, que no leyeron el libro, sepan lo que realmente escribí.
En el artículo de Pozo, con cada argumento que el autor utilizaba para sustentar su rechazo, me venían a la mente partes de mi texto que, con ser simplemente leídas, serían suficientes para responderle. O sea, gran parte de sus críticas puede ser respondida con sólo citar textualmente lo que ya se encuentra en mi libro, como veremos en varias ocasiones en esta réplica. No encontré, por tanto, la posibilidad de un debate que pudiese hacer avanzar la temática por contradicción dialéctica: en el caso de las críticas del artículo de Pozo, me basta reafirmar la «tesis» tal cual está presentada en el libro, una vez que lo que se presenta como «antítesis» no lo es efectivamente.
Me llamó también la atención la frecuencia de adjetivos y juicios de valor gratuitos. El autor hace a mi libro juicios y acusaciones como: «vacuidad»; falta de seriedad;{2} «errores» (por divergir en los presupuestos filosóficos); cripto-creacionismo;{3} «ingenuidad»;{4} argumentación «interesada y errónea»; «oscuridad y borrosidad»; «argumentaciones inconexas que no demuestran nada»; «erística»; etc. ¿Cómo puedo refutar adjetivaciones? Se trata de valoración personal y sólo puedo esperar que otra persona lea mi libro y lo juzgue de manera diferente. Sería fácil para mí –y tendría todo el derecho para ello– simplemente devolver los adjetivos, pero así entraríamos en un juego de niños enfadados que intercambian insultos. Me propongo debatir lo que hay de substantivo en la cuestión –y, en este aspecto, la crítica de Pozo no es tan pródiga como lo es en la distribución de adjetivos.
Otra parte de la crítica del autor se compone de ilaciones sin soporte en mi texto y suposiciones de algún «objetivo secreto» o «ideas no reveladas» en mi libro. En esa parte, Pozo dejó de considerar los argumentos presentados y prefirió cuidar de contestar sus propias suposiciones. No me veo en condiciones (ni en la obligación) de rechazar críticas hechas a afirmaciones que yo no hice. Sólo puedo responder las cuestiones a respecto de algo que yo realmente haya dicho y no de algo que otro supone que yo «pretendía» decir.
Veamos algunos ejemplos de ello. El autor de la crítica afirma:
«Pero, ¿cuál será el nuevo paradigma? No se sabe, aunque podemos atrevernos a especular a partir de lo que Abdalla nos dice en su libro que quizá sea una mezcla derivada de los tres autores que más desarrolla en su trabajo. Un nuevo paradigma que pudiera denominarse quizá «la armonía o la alianza de las especies» (por cercanía con la política española del gobierno socialista de la primera década del siglo XXI, en relación al pacifismo krausista de los socialistas que hicieron mundialmente famosa la «alianza de las civilizaciones).» (Pozo, 2011. Grifos míos).
En la conclusión, vuelve al asunto:
«Por otra parte su defensa de la armonía en la naturaleza como fundamento del nuevo paradigma biológico, que augura surgirá en el siglo en que ya estamos viviendo, no nos parece relevante.» (Idem. Grifos míos).
Nótese que Pozo hace una asumida especulación sobre algo que él mismo afirma que yo no dije para, en la conclusión, evaluarla como si yo la hubiera dicho. Cualquiera que haya leído mi libro concluirá que esto es un caso o de lectura muy mal hecha o de deshonestidad intelectual, pues en ningún momento yo defiendo cualquier nuevo paradigma, mucho menos una propuesta simplista como la presentada en esa cita. Por el contrario, afirmo textualmente:
«Decir cual teoría se convertirá en un nuevo paradigma está totalmente fuera de mi competencia. [...] Las teorías científicas funcionan como paradigmas en la orientación del trabajo científico. No es una cuestión para ser decidida por filósofos. Así como no tiene sentido declararme newtoniano, einsteiniano, lavoiseriano, boltzmaniano, etc. en el ejercicio del pensamiento filosófico, no tendría sentido optar por uno u otro paradigma en las ciencias biológicas. [...] No me cabe [...] defender teorías en el campo de la Biología.» (Abdalla, 2010, p.18; 102; 170).
En ninguna parte del libro defiendo la especulación fantasiosa de Pozo de un paradigma llamado «la armonía o la alianza de las especies». Tal vez el autor haya interpretado de esa manera tan simplona la única parte del libro en que arriesgo a decir cuales elementos podrían ser considerados en un nuevo paradigma en las ciencias biológicas. Reproduzco literalmente esa reflexión (grifando algunas partes que no están grifadas en el libro) para que el lector haga por sí mismo la diferencia entre lo que fue por mí escrito y lo que fue «leído» por Pozo:
«Lo que parece configurarse en el escenario de la ciencia es un cambio radical de foco en la investigación, fruto de la constatación de la complejidad estructural de la vida referida en este libro en el capítulo 3. En vez de focalizar la estructura molecular de las partes que componen la célula (...), las nuevas aproximaciones canalizan el análisis hacia el comportamiento colectivo de estas partes. En otras palabras, en vez de la materia constituyente de la vida, se da importancia a la relación entre los elementos. Es esta relación la que constituye la totalidad organizada de la vida y, aunque depende de la materialidad de las moléculas básicas que forman los organismos vivos, no se explica por las características individuales de las partes constituyentes. Efectivamente, todo trabajo que busca comprender la vida a través de otra óptica, a partir de las informaciones obtenidas de los nuevos descubrimientos de la bioquímica, de la microbiología y de la genética, recurre a las ideas de complejidad y auto-organización, creando las condiciones para el establecimiento de un nuevo paradigma e incluso de nuevas matrices interpretativas para los fenómenos naturales.» (Abdalla, 2010, p. 186).
Calificar a la reflexión sobre complejidad y autoorganización, ideas actualísimas en las ciencias, como «defensa de la armonía en la naturaleza como fundamento del nuevo paradigma biológico» (pese a haber tratado yo los temas con más detalle en el capítulo 3, referido en la cita) revela no sólo desconocimiento científico del autor de la crítica, sino también una mala voluntad para leer y entender lo que está explicado con más detalles en el propio libro criticado.
Curiosamente, la única circunstancia en que utilizo las palabras «armoniosa» y «armonizar» (armonía no aparece ninguna vez) en todas las 198 páginas del libro es en el Prólogo, en un contexto en que me refería sólo a la relación de la ciencia con las ideas sociales:
«La naturaleza es mucho más bella y armoniosa de lo que pueda suponer una teoría basada en los principios sociales liberales de Malthus y Spencer. Ya no será necesario intentar armonizar la teoría de la cooperación con las «leyes de la naturaleza» y la biología. La base teórica de la biología es la que, tal vez, necesite hacer las paces con la complejidad, la simbiosis, la integración y la cooperación que la ciencia experimental viene, cada vez más, descubriendo en la naturaleza. Más que eso, necesita también estar abierta al nuevo diálogo que una parte de la humanidad está buscando establecer con su mundo social y natural.» (Idem, p. 19).
Pozo, por tanto, inventa los propios argumentos que quiere rebatir. Cito otro ejemplo más (los lectores los pueden encontrar en abundancia cotejando la lectura de la crítica de Pozo con la lectura del libro original). Demostrando no haber entendido la distinción que hago entre hecho y teoría para, después, presentar una idea cuya conclusión es idéntica a la mía (como demostraré más adelante), el autor dice:
«El autor de «La crisis latente del darwinismo» considera «el hecho de la evolución» como un «hecho positivo» y por ello, y sin más discusiones, como una verdad.» (Pozo, 2011).
En ninguna parte del libro digo eso y no hay ninguna reflexión que pueda llevar a eso, ni en el libro criticado ni en ninguna cosa que yo haya escrito hasta hoy, pues siempre tuve una postura crítica al positivismo. Me intriga el origen de la creencia de Pozo de que sabe más sobre lo que yo pienso que yo mismo. Lo que afirmo en el libro es que hecho y teoría son conceptos distintos, pero relacionados. Consecuentemente, hay una distinción entre el hecho «evolución» y la teoría «de la evolución». El objetivo era decir que cuestionar una teoría de la evolución no es negar el hecho de la evolución (como muchos hoy insisten en confundir).
Toda filosofía de la ciencia admite la distinción entre hecho y teoría, aún cuando los relaciona y hasta cuando les atribuye un mismo origen racional. Incluso para asociarlos de manera indisociable es necesario distinguirlos, pues sólo se puede relacionar cosas que no son las mismas. Distinguir los conceptos, con todo, no significa, bajo ninguna óptica filosófica, por más estrecha que sea, tratar los hechos como «hechos positivos» o «como verdades». Pozo revela aquí un desconocimiento de cosas elementales de la filosofía de la ciencia.
Cito textualmente, una vez más, la manera como traté el tema en el libro, grifando didácticamente las partes no destacadas en el texto original, para que los lectores juzguen por sí mismos:
«Hecho es aquello que se cree que ocurre realmente en la naturaleza por la constatación intersubjetiva (o sea, cuando varios sujetos que se comunican admiten tal suceso a partir del control de los sentidos o de experimentos). Teoría es una explicación construida subjetivamente, a partir de reglas racionales aceptadas para cada campo del conocimiento, que procura dar sentido a los hechos dentro de una estructura conceptual. La teoría de la evolución no es un hecho. La evolución, sí, puede ser considerada como tal. Por otro lado, el giro de la Tierra alrededor del sol no es una teoría, sino una afirmación factual dentro de una teoría.» (Abdalla, 2010, p. 100).
Más adelante, explico que los hechos ganan status de «hechos» sólo dentro de determinadas teorías, tomando como ejemplo el movimiento de la Tierra o del Sol, en las teorías aristotélica y galileana. Nada de eso corrobora la idea de «hecho positivo verdadero» que Pozo me atribuye. En la conclusión de mi libro (p. 173 e 174), esa relación queda aún mejor esclarecida. Lo que afirmo es que tenemos contacto con un mundo (dudo que alguien que se proclame materialista esté dispuesto a negar esto) y ese mundo se presenta a nuestros sentidos e instrumentos de medida a través de hechos. Tales hechos, para ser entendidos y, en muchos casos, incluso percibidos, precisan ser iluminados por una teoría. Pero la teoría no «crea» los hechos ni se confunde con ellos. Por eso (y aquí estamos en uno de los argumentos centrales que fundamentan la hipótesis de mi libro) se puede cambiar una teoría, manteniéndose la constatación y aceptación de lo que consideramos, intersubjetivamente, como hecho. Esto nada tiene que ver con la aceptación de los hechos como «una verdad».
Al contrario de lo que Pozo inventa para desacreditar mi reflexión – por cierto, estamos todavía en una cuestión periférica –, digo en el libro que los hechos son, metafóricamente, «el habla de la naturaleza», pero que, «en ausencia de esos sistemas [compuestos de teorías, leyes, instrumentos de medida y reglas experimentales, etc.], el ‘habla’ de la naturaleza es incomprensible» (p. 174). O sea, los hechos no tienen su sentido en sí, sino solamente en su relación con sistemas teóricos.
Es exactamente lo que Pozo afirma al citar la definición de «hecho» del diccionario de filosofía Symploke:
««Se dice de lo que acontece, en tanto que se considera como un dato real de la experiencia; a veces es considerado equivalente a fenómenos. En la filosofía tradicional se le considera opuesto a teoría, pero tal dicotomía ha de ser considerada metafísica, pues es imposible hablar de un hecho sin unas determinadas concepciones teóricas» (En este sentido Kuhn pecaba de ser un metafísico pues pensaba que eran incomparables las teorías respecto de las observaciones).» (Pozo, 2011).
Dejaré de lado la calificación simplista y equivocada que Pozo lanza a Kuhn (no es el foco de la cuestión, pero sobre la incomensurabilidad en Kuhn se puede consultar Kuhn, 2006, p. 47-76). Me interesa aquí mostrar al lector que Pozo intenta atribuirme una «dicotomia» y «oposición» entre hecho y teoría, cuando está totalmente claro en mi libro que hago sólo una distinción y los relaciono de manera fuerte. Y, una vez más, el autor se ocupa en contestar la fantasía que él mismo creó y no el contenido real de mi libro.
Curiosamente, después de distorsionar mi texto (premeditadamente o por no comprenderlo){5}, él presenta exactamente lo que yo concluí con mi reflexión, ¡pero como si fuese una conclusión suya!
«El hecho de la evolución, es inseparable de la teoría que lo explica, que le da sentido. Si en el futuro tenemos otra –como afirma Abdalla aunque sin señalar cuál– la evolución como hecho deberá ser explicada por ella.» (Pozo, 2011).
Esa afirmación, después de una mixtura de conceptos de la filosofía de la ciencia mal digeridos por el autor, ¡reproduce exactamente lo que digo en mi libro! O sea, de manera sorprendente, Pozo crea una afirmación que no hice y la responde como si me estuviese contestando; después reafirma lo que yo realmente dije en mi libro como si intentase decir... La crisis latente del darwinismo tiene como foco central la idea de que las teorías cambian, aunque los hechos que intentan explicar no sufran cambios o no sean rechazados. Así, es posible una nueva teoría de la evolución para explicar el hecho de la evolución (o sea, sin rechazar la evolución), en caso de que la teoría antigua lo haya dejado de explicar.{6} Por tanto, es obvio que una nueva teoría de la evolución deberá explicar «la evolución como hecho».{7} ¿Qué puedo responder a un crítico que supone contestarme afirmando exactamente lo que digo?
Sin embargo, quien se crea el artículo de Pozo y no se tome el trabajo de leer mi libro acabará por acompañarlo en sus malabarismos argumentativos, pues su raciocinio se basa en el presupuesto de que la idea central de mi libro puede ser presentada así:
«Abdalla nos trasmite la teoría kuhniana expresada en el opúsculo La estructura de las revoluciones científicas, pero toda esta erudición y de la manera en que es usada –podemos afirmar que de forma interesada pues tiene una meta prefijada– no sirve. Estamos como al principio, como si solo hubiésemos escuchado el razonamiento vacío (lo recreamos con nuestras palabras): el hecho de que el paradigma newtoniano cayera, debido a sus anomalías, demuestra que el darwinismo también caerá por las suyas. La erudición así traída solo sirve a los intereses del autor y su forma de razonar es interesada y errónea.» (Pozo, 2011).
No voy a preguntar, aunque me interesaría mucho saber, de donde Pozo sacó la idea de que mi libro tiene una «meta prefijada» oculta. Estoy intrigado por saber qué tipo de conspiración pasa por su cabeza, hasta el punto de encontrar que todo lo que escribí en el prólogo y en la introducción, explicando los orígenes, motivaciones, metodología y objetivos del libro, no pasan de mentiras para esconder a los lectores un propósito malévolo. Ni siquiera voy a llevar al lado personal la acusación indirecta –aunque ofensiva e inelegante– de que soy mentiroso, pues desconozco al autor. El hecho es que, una vez más, la «recreación» de mi «razonamiento» que Pozo hace con «sus palabras» no corresponde a lo que escribí en mi libro.
Para que el lector juzgue por sí mismo, puedo citar literalmente algunas partes en que trabajo el tipo de mudanza a la cual el darwinismo está sujeto (no hago profecías sobre lo que acontecerá, y mucho menos fundamentadas en la flaca argumentación de que «si uno cayó el otro caerá»):
«La teoría de la evolución de Darwin es una teoría científica [...]. Como teoría científica, el evolucionismo darwiniano está sujeto a todos los factores mencionados en los párrafos anteriores, que actúan sobre las teorías en la ciencia, las ponen en movimiento y, muchas veces, las derrumban. No es razonable pensar que alguna teoría sea inmune a las vicisitudes a las cuales todas las demás se someten. Por lo tanto, la teoría de la evolución no precisa ser siempre darwinista. El darwinismo, como cualquier teoría científica, está subordinado a su aspecto histórico, al interés social, a los avances de la tecnología y a la ampliación de la base fática de la biología. Nuevos insights podrán también poner a la biología en movimiento –y no necesariamente en el sentido de reforzar el paradigma hegemónico.» (Abdalla, 2010, p. 180).{8}
Y cuando hago referencia a lo que pasó con la física de Newton es sólo para «aclarar más lo que se ha tratado de forma abstracta en los párrafos anteriores» pues yo creía «ser oportuno ejemplificar con un caso de transición paradigmática sucedido en la física del siglo XX» y quería que los lectores comprendiesen «mejor la referencia a Newton en la pregunta inicial de la introducción» (Abdalla, 2010, p. 42). Estoy seguro de que encontraré lectores más listos y honestos como para no transformar toda argumentación de mi libro en una afirmación simplona como la creada por Pozo, de que «el hecho de que el paradigma newtoniano cayera, debido a sus anomalías, demuestra que el darwinismo también caerá por las suyas», afirmación que no ha sido hecha en absolutamente ninguna parte del libro. Al contrario, la mayor parte de las páginas está dedicada a instruir con datos científicos y reflexiones rigurosas la hipótesis de una posible crisis en la base teórica de las ciencias biológicas. Ese debería ser el foco del debate.
Exceptuando esas 3 formas de crítica del artículo de Pozo (1. la que puede ser respondida sólo citando literalmente lo que ya está en el libro; 2. la que se compone de adjetivos y juicios de valor; 3. la que se dirige a cosas que yo no dije), poco sobra para ser respondido, pues el contenido central del libro, la argumentación científica, el amparo factual resultante de un estudio de lo que la ciencia ha producido realmente y publicado es simplemente desconsiderado por el autor bajo la mácula de «erudición». ¿Cómo entablar un debate serio si Pozo, en vez de discutir el contenido, simplemente ignora y califica de «erudición» la parte más fundamental de la obra, que aporta datos científicos actualizados y sirven de «instrucción» del proceso, sin los cuales toda mi argumentación seria vacía?
Innumerables veces, en el libro, hago insistentemente la advertencia de que sin los datos científicos, el libro no tendría sentido.{9} El lector puede comprobar esto fácilmente. Por ejemplo, digo en la p. 113: «si nos abstenemos de las informaciones científicas, creamos un ‘debate entre sordos’.» Lamentablemente, Pozo esquiva los datos, desconsidera toda a argumentación científica del libro calificándola de «erudición». O sea, prefirió el debate entre sordos.
Para él, la parte de contenido científico de mi libro es apenas una «investigación doxográfica»:
«Aunque solo hemos enunciado las aportaciones de los autores en que Abdalla argumenta su tesis, sí consideramos necesario mostrar nuestra postura crítica ante la forma en que presenta tales argumentos, y ello pese a la erudición que constantemente nos muestra en el texto, una erudición muy común en la inmensa mayoría de los departamentos de filosofía, en estos comienzos del siglo XXI. Estos departamentos en su mayoría se dedican a llevar a cabo una tarea de investigación doxográfica, siempre alejada del sistematismo que nos procure un aparato completo, un sistema, como lo es el del materialismo filosófico.» (Pozo, 2011).
Pero, definitivamente, no se trata de eso. Primero, no apoyo la parte científica sólo en los tres autores a que Pozo se refiere. Los destaqué sólo por su postura flagrantemente opuesta al darwinismo. La fundamentación científica que localiza, explica y explora el problema se ampara en autores como B. Alberts, H. Atlan, C. De Duve, R. Foley, M. Gerstein, S.J. Gould, S. Kauffman, H. Maturana, F. Varela, E. D. Schneider, J. J. Kay e innumerables otros investigadores cuyos artículos están debidamente referenciados en la bibliografía.
No consigo entender como una postura «materialista» puede prescindir exactamente del contenido material de la discusión. Marx, filósofo materialista paradigmático, expresaba el espíritu de una discusión materialista de la siguiente manera:
«Es en la praxis donde el ser humano debe comprobar la verdad, esto es, la realidad efectiva (Wirklichkeit) y la fuerza, el carácter terrestre de su pensamiento. La disputa referente a la realidad o no-realidad efectiva del pensamiento, aislada de la praxis, es una cuestión puramente escolástica.» (Marx, Tesis 2 contra Feuerbach).
Por tanto, la existencia o no de un problema real, material, en las ciencias biológicas debe ser investigada a la luz de la materialidad práxica de la propia ciencia en su devenir concreto. Fue eso lo que me propuse hacer en La crisis latente... Esta es la razón del estudio científico que relato en la obra: identificar un problema real. A partir de tal identificación, es preciso un referencial teórico para interpretar el problema e iniciar el debate sobre él. Por opción metodológica y filosófica, opté por interpretarlo a la luz de la concepción de T. Kuhn –y esto está absolutamente explícito en el libro.
El autor de la crítica a mi libro dice, equivocadamente, que las tesis de Kuhn «son las que en todo momento van a dirigir la argumentación, la teoría de Kuhn es el instrumento director de las investigaciones llevadas a cabo para elaborar su trabajo» (Pozo, 2011). Sin embargo, el apoyo conceptual kuhniano sólo entró posteriormente como elemento teórico de interpretación de un problema constatado poco a poco, conforme esclarezco detalladamente en el prólogo. El propósito inicial de mi investigación era
«defender el darwinismo científico ante lo que, supuestamente, no pasaba de ser una ‘distorsión’ de su teoría, una ‘aplicación social espuria’ de leyes científicas perfectamente válidas para el mundo natural, pero inapropiadas para las relaciones humanas. [...] Tal era el objetivo inicial de la investigación: validar el darwinismo como teoría adecuada para la comprensión de la naturaleza y de la vida y, al mismo tiempo, argumentar respecto a su inadecuación para la organización de la sociedad y para la fundamentación de las relaciones humanas.» (Abdalla, 2010, p. 13).
Sin embargo, al constatar que las investigaciones actuales planteaban un problema a la teoría hegemónica, cambié la ruta de la investigación:
«Algunos datos de investigaciones sobre la complejidad de la vida comenzaron a ocasionarme dificultades para encuadrarlos y entenderlos a la luz de la descripción darwinista de la evolución. Inicialmente atribuí esas dificultades a mi falta de competencia científica. ¡Confieso que perdí unas buenas horas tratando de apaciguar los conflictos de mi mente, simplemente intentando conformarme con el hecho de que realidades tan complejas pudiesen haberse formado nada más que por las mutaciones aleatorias controladas por la selección natural! Los datos que no encajaban en esa descripción, las lagunas enormes que aparecían y la insuficiencia de algunos relatos pretendidamente explicativos eran considerados apenas «detalles no comprendidos» por aquellos que, como yo, no tienen formación científica académica. Sin embargo, cuanto más avanzaba la investigación, más aumentaban los «detalles». Me di cuenta de que, si quería ser riguroso en la pesquisa, era necesario investigar si había científicos para los que esos «detalles» pudiesen representar un problema científico. Este fue el primer desvío de la ruta del objetivo inicial.» (Abdalla, 2010, p. 13-14).
Al desconsiderar esa explicación y decir equivocadamente que lo que dirige mi argumentación es una adhesión discipular e ingenua a Kuhn, Pozo huye del trabajo de considerar todo el contenido material de mi libro y se aplica al trabajo más fácil de discutir el referencial teórico in abstractu. Se limita a decir que el referencial por mí escogido (la filosofía de la ciencia de Thomas Kunh) no es apropiado y que el suyo es más adecuado. Discurre, entonces, ampliamente, sobre sus referenciales, al mismo tiempo que hace la crítica a Kuhn. Hasta ahí, no veo problema, pues cada uno se referencia en la concepción que más le permite comprender los fenómenos problemáticos del mundo material. No voy a decir que Pozo está «errado» al adoptar este o aquel referencial teórico-filosófico. Esta, con todo, no es su postura. El autor de la crítica está convencido de que estoy equivocado al apoyarme metodológicamente en Kuhn. Y proclama:
«Proponemos a filósofos como Maurício Abdalla que traten de reconocer el potencial del instrumento crítico que tienen ante ellos y que posibilitaría, si se utiliza con el mínimo rigor, la aclaración de muchas de sus propuestas, las cuales están ahora en la más completa borrosidad.» (Pozo, 2011).
Como esto me suena como una «apelación a la conversión para librarme das tinieblas del infierno», y no como un argumento racional, sólo puedo decir lo que digo para librarme de los creyentes que predican en las calles y puertas de casa: «gracias, voy a pensar en el caso».
¡Pero esto no cierra la discusión! Dediqué más de un centenar de páginas a demostrar que hay un problema en las ciencias biológicas y apenas algunas decenas para decir que iría a interpretarlo a la luz de la concepción kuhniana. Cualquier otro podría haberlo hecho bajo inspiración popperiana, lackatosiana, laudaniana, quineana, etc. e incluso bajo el referencial que Pozo defiende en su artigo. Divergir en el referencial interpretativo no elimina el problema. Quisiera que el debate se centrase en el problema presentado: una tensión entre los datos investigados por las ciencias de la vida (genética, bioquímica, microbiología, etc.) y la base teórica que los intentan explicar. Esto quedó totalmente fuera de la crítica de Pozo. O sea, lo esencial no fue considerado.
Por tanto, me queda poco que discutir. No voy a gastar líneas y esfuerzo argumentativo para convencer a Pozo o cualquier lector de aceptar mis referenciales teórico-filosóficos. Los gasté, sí, en el libro, para que el problema real, material, de la ciencia quedase en evidencia y fuese debatido. Pero Pozo es un «materialista» que prefiere debatir escolásticamente la validez de las ideas independientemente de la praxis. Paciencia.
Quería añadir sólo una última cosa a esta réplica. Se trata de algo recurrente y que ha provocado un profundo desaliento en las discusiones sobre el darwinismo. Un general del Pentágono en la era G. W. Bush, explicando la política antiterrorista del gobierno de los EEUU, dijo: «cuando sólo se tiene un martillo, transforme todos sus problemas en clavos». Y así, todo se incluía en la política monotemática del antiterrorismo estadunidense.
Gran parte de los adoctrinadores darwinistas siguen la misma política: «si sólo se poseen argumentos contra el creacionismo, transforme toda crítica al darwinismo en crítica religiosa», aunque que el autor de la crítica no tenga absolutamente ninguna vinculación con las doctrinas creacionistas. Pozo no huyó de la regla.
En la Introducción de La crisis latente... (p. 25 a 36) hago un largo aparte para rechazar cualquier forma de creacionismo científico y para esclarecer que no tiene sentido llevar el debate a ese campo. Digo, con todas las letras: «para evitar la interferencia inconveniente de esa polémica en el debate que ahora propongo, es preciso esclarecer algunas cuestiones que colocan la discusión en su debido lugar» (p. 25). Es imposible reproducir aquí todos mis argumentos presentados en esa parte introductoria. Mas Pozo, de manera deshonesta,{10} insinúa que mi reflexión se encamina hacia este lado. Extrae del contexto una cita y sigue en su trabajo de confundir a los lectores. Cito textualmente el artículo de Pozo:
«En relación a la sustitución de la creación por la evolución queremos señalar el contraste con la siguiente afirmación de Abdalla, solo entendible desde su ideología antidarwinista –y pro diálogo, o armonía biologista– que está mucho más cercana a la ideología creacionista derrocada: «A la luz de la reflexión precedente, la polémica entre «creacionismo» y «evolucionismo científico» solo es posible cuando se mezclan y se confunden dos campos distintos de conocimiento. Un «creacionismo científico», o una «ciencia creacionista», hace resurgir el trascendentalismo científico medieval, en la medida en que vincula directamente la comprensión de la naturaleza a causas metafísicas y trascendentales. Por otro lado, el evolucionismo presentado como «crítica a la religión» o «negación de la fe» pierde su característica científica y se transforma en doctrina metafísica, pues extrapola al campo específico al cual está originariamente vinculado –el conocimiento de la naturaleza– y se dirige a un plano que escapa totalmente a su capacidad de entendimiento.» (pág. 33.) Pero no es ésta la cuestión, el evolucionismo no tiene como meta negar la religión, no es ese su papel, además tal como lo expone Abdalla se da una mezcla de términos que procura una borrosidad de la que es imposible salir. No es lo mismo la religión que la fe, tampoco es lo mismo la religión y Dios. El dios de Aristóteles, el primer motor inmóvil, no es un dios religioso, es un dios al que no se le puede rezar, hacerlo es absurdo. La biología es una ciencia cerrada con conceptos definidos que pertenecen a su propio campo y ningún dios, ninguna sustancia viva incorpórea –como pudiera ser el alma– es objeto de su análisis. Es absurdo decir que la teoría biológica de la evolución critique o niegue la religión.»
No tengo la menor idea de que hace esa reflexión sobre Dios, fe y religión en un artículo sobre mi libro. Mi texto citado, sacado de contexto e intercalado en el citado texto de Pozo, se inserta en una discusión introductoria que apunta justamente a decir que la contraposición entre explicación científica de la evolución y la fe es un equívoco provocado por divulgadores de la ciencia que no comprenden los limites del naturalismo científico y aclara que ese asunto no sería tratado en el libro. En el texto de Pozo la cita está absolutamente fuera de contexto. No retomo esa discusión en ninguna otra parte del libro, a no ser en pasajes rápidos para decir, justamente, que una eventual derogación del darwinismo no significaría la victoria de posturas metafísicas en la ciencia, como el creacionismo. O sea, no hay ninguna relación entre la discusión que planteo en el libro y el debate inocuo y desprovisto de sentido entre creacionismo y darwinismo.
Pero Pozo insiste:
«A finales del siglo XIX Darwin propuso un nuevo mecanismo natural de formación de las especies que negaba no solo el creacionismo, que defendía la creación de todo lo que hay por parte de un ser infinito e incorpóreo sino también el esencialismo aristotélico, no lo olvidemos. El caso es que lo que provoco esta nueva forma de explicación, fue que cambiaron las creencias, las leyes naturales sustituyeron la verdad de los milagros por otra verdad material. Con los milagros o con la creencia en la existencia eterna de formas (especies) o espíritus puros, ya no se explicaba el surgimiento de las especies. O sea, que el darwinismo fue sobre todo una revolución ideológica. Es por tanto normal que los defensores de la ideología vencida sigan revolviéndose y con su revolverse provoquen reacciones como la de este trabajo que ahora pueden leer.» (Pozo, 2011).
Querer llevar el debate para ese campo es juego sucio, es ocultar el foco, es huir de una discusión seria. Es, en fin, temor a ampararse en los propios argumentos racionales ante cuestionamientos que no son clavos flexibles bajo el martillo omnipotente.
Y, curiosamente, en mi propio libro ya afirmaba esto:
«La polémica entre «creacionismo» y «evolucionismo» llegó a ser tan acalorada (y al mismo tiempo tan confusa) que acabó por ofuscar casi toda reflexión seria sobre el darwinismo como paradigma científico. La confusión, inflada por los medios de comunicación, se tornó tan grande que hemos llegado a un punto en que cualquier cuestionamiento científico o epistemológico presentado a la teoría darwinista de la evolución es respondido inmediatamente con críticas al creacionismo, aunque la respuesta carezca visiblemente de conexión lógica con la cuestión presentada. Aún cuando un crítico del paradigma darwinista no muestre tener algún vínculo con doctrinas creacionistas, se sospecha (y así se afirma públicamente) que se trata de un ‘creacionista disfrazado’» (Abdalla, 2010, p. 24).
Y es solamente después de todo ese ejercicio de «recrear» mi libro para poder criticarlo, ocultando su verdadero contenido a los que no lo hayan leído, que Pozo puede concluir su artículo con las siguientes palabras:
«Dejar estos de lado a cambio de creer en la bondad del diálogo o en realidades metafísicas hacen un flaco favor a la posibilidad de conocer lo que nos rodea.» (Pozo, 2011).
El autor debe haber leído sobre «bondad del diálogo» y «realidades metafísicas» en otro libro, no en el mío. Y no confío en la capacidad de «conocer lo que nos rodea» de quien siquiera consigue interpretar un libro escrito para un público amplio.
Lo que puedo concluir de la tentativa de crítica de Pozo es que el autor leyó muy mal el libro que pretendía desmontar y demostrar su «vacuidad». Aún espero un debate más sensato por parte de lectores que, aunque lo refuten de la primera a la última letra, lo hagan a partir de lo que realmente está planteado como idea en el texto y no necesiten inventar argumentos para poder contestarlos.
Notas
{1} Pozo, José Luis. Vacuidades en torno al darwinismo. El Catoblepas, n. 113, Jul/2011. Disponible on-line en: www.nodulo.org/ec/2011/n113p12.htm.
{2} Pozo dice: «las argumentaciones de Abdalla están alejadas totalmente de lo que consideramos que es una tarea seria para hacer filosofía». Por suerte, la autoridad para juzgar lo que es serio o no en filosofía no fue concedida a Pozo sino por él mismo, caso contrario yo tendría que abdicar de mi profesión!
{3} «Queremos señalar el contraste con la siguiente afirmación de Abdalla, solo entendible desde su ideología antidarwinista –y pro diálogo, o armonía biologista– que está mucho más cercana a la ideología creacionista derrocada», afirma Pozo. Y más adelante: «Es por tanto normal que los defensores de la ideología vencida sigan revolviéndose y con su revolverse provoquen reacciones como la de este trabajo que ahora pueden leer». O sea, a pesar de haber rechazado vehementemente cualquier forma de creacionismo en las páginas de mi libro, Pozo intenta acusarme de creacionista. Volveré sobre eso al final de esta réplica.
{4} «La ingenuidad de Abdalla –no quiero afirmar aquí más que esto (...)». Me gustaría saber que más cosas tendría para afirmar...
{5} El autor dice que mi libro presenta «buena narrativa y claridad divulgadora». ¿Será que incluso así no consigue entender lo que dije y repito aquí por medio de citas literales?
{6} Esta reflexión tiene fuerza en el libro, porque muchos confunden «rechazar la teoría actual que explica la evolución (darwinismo)» con «rechazar la evolución», cuando, en verdad, se tratan de dos cosas distintas.
{7} ¿Podría alguien decir, estando en pleno uso de sus facultades mentales, que una nueva «teoría de la evolución» podría no explicar el «hecho de la evolución»? ¿Por qué tendría ese nombre, si no fuese teoría del hecho evolución?
{8} Dedico las páginas 174 a 180 a explicar qué tipos de factores inciden sobre las teorías científicas y que pueden hacerlas mudar.
{9} Se puede encontrar ya en la introducción, en las p. 36 e 37, de donde destaco: «Aunque algunos lectores puedan, eventualmente, sentirse incómodos con los detalles científicos mencionados, es preciso dejar claro que sin este apoyo factual no hay debate posible. El centro de la cuestión está justamente en los detalles.» Vuelvo a esa advertencia en las p. 78, 79; 81 (en especial en la nota 29); 85-87; 94-96; 113 y otras.
{10} La palabra es dura, pero no hay otra. Eso está tan claro en mi libro que no hay explicación para decir que no se comprendió.
Bibliografia
Abdalla, Maurício (2010). La crisis latente del darwinismo. Murcia: Cauac Editoral.
Kuhn, Thomas (2006). O caminho desde «A estrutura». São Paulo: Editora UNESP.
Pozo, José Luis (2011). Vacuidades en torno al darwinismo. El Catoblepas, n. 113, Jul/2011.
Marx, Karl, Engels, Friedrich (1977). Cartas filosóficas e outros escritos. São Paulo: Grijalbo.
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Publicado originalmente en Catoblepas: http://www.nodulo.org/ec/2011/n117p10.htm
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